El Chimpancé

Absolutamente triste
envejeciendo en cuadriculado cemento
entre químicas nubecillas grises
sol enrarecido de hollín,
absolutamente triste
escapa de la jaula la luz de su mirada.

Vaga por un cielo cruzado por barrotes
lentamente vaga
de barrote a cielo
de cielo a barrote
hasta perderse profundamente,
en sí misma solitaria su mirada.

Y el futuro pasa,
inútilmente presente
en la pequeña celda
sin huellas
en su errante mirar.

Quizás busca una selva
olvidada entre sus hojas
quizás,
sólo tierra bajo sus pies,
quizás,
simplemente,
un cielo profundo
abierto azul a la mirada;
no recortado por barrotes.

Quizás un árbol
creciendo al natural azar,
no bosques de neón
no palmeras de cartón
no árboles crecidos,
rítmicos
ordenados
en la recta geografía citadina.

Quizás en su sangre
una gota ancestral
busca sedienta una vertiente;
no cañerías metálicas
no fuentes de acrílico.

Quizás busca
¡tan tristemente mira!
una hierba
una rama
una flor
brotando en el cemento;
quizás sólo una piedra,
quizás un aullido desolado
extraviado hace tiempo
en su garganta.

Absolutamente triste
en la pequeña jaula
absolutamente triste
mira el chimpancé.

Y viene el gentío riente
va
como serpiente de mil cabezas
viene,
llega,
con copos de algodón
con bocas griteríos
con manzanas azucaradas
con rostros morisquetas
acosando a las bestias,
aturdidas en las jaulas:
carcajadas, gritos y aullidos
en barrotes y cemento.

Y tú,
miras tristemente al sol
a las nubes de hollín
al cemento
a las palmeras de cartón
a las montañas en papeles
a los ríos extendidos en carteles,
largamente.

Quizás si la triste mirada
del viejo chimpancé
te trajo el rumor de bosques lejanos
corrientes aguas claras
murmullos milenarios
primitivos quehaceres
ocultos en el follaje
de días olvidados.

Quizás quieras seculares cascadas
quizás buscas un lugar exacto
el exacto espacio de las hojas
el nítido espacio de las flores
las vastas llanuras antiguas
profundas aguas verdes
al pie de volcanes reflejados.

Quizás quieras desprenderte
arrancarte del pecho la ciudad
el cemento
los barrotes
las calles
los ruidos del metal
y encender nuevamente un primer fuego
en una profundas caverna.

Quizás sólo quieras asombrarte
del redescubrimiento de tus manos
y admirar el prodigio de los dedos.

Quizás buscas
quizás quieras alzarte
del barro citadino
en una nube pura
en un tenue arco iris.

Quizás quieres volar
más allá de los charcos
de aceite y de petróleo
más alto que palmeras de cartón
más algo que montañas de papel
arriba del alto smog
y llevarte contigo
aves engañadas
animales enjaulados.

Brotan de tus ojos
húmedas selvas
lejanas cascadas
rumorosas brisas aromadas
azules cielos
ardientes rugidos,
observando tristemente
al viejo chimpancé
de miradas sin destino
escapando vanamente
por tantos
todos barrotes.

Y persigues el vuelo silencioso
de la triste mirada
tallada profundamente
en las piedras oscuras de sus ojos.

Pero aquí están presentes
el cemento y los barrotes
violentos
civilizantes
buscando un espacio abierto
que encerrar
un grito un rugido libertario
que apresar.

Y lloras en silencio
altas chimeneas
monóxido de carbono
hojas quemadas
bosques talados
manantiales corrompidos,
millones de cigarrillos,
horas humo,
miles de bostezos
contaminados de indiferencia
contaminados de lugares enjaulados
de orangutanes acorralados
hipopótamos, flamencos, leopardos,
huemules, llamas, vicuñas,
creaturas acosadas en su propia carne
en selvas espesas de humedad
en cavernas espesas de angustia
en desiertos espesos de sol
en lugares tensos
de espesas alambradas.

Quizás quieras correr
huir
de acosantes misiles
del angustiante átomo explosivo
que acorrala la sangre y los nervios
en ciudades
abiertas a las bombas de neutrón.

Quizás quieras gritar eternamente
tus propios barrotes,
en alfombrados lugares saturados de rock
quizás quieras alejarte de la tecla cotidiana
y tu grito desesperado sea sólo humedad en tus ojos
callado mirar, callado sentir, callado pensar,
contemplando la mirada inmóvil
del triste chimpancé
absolutamente
absolutamente solo,
vacío en el espacio.
Ramatis Zand.

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